jueves, 15 de diciembre de 2016

¿Sabias que somos como la piedra de ópalo?

Un caballero visitó una joyería, propiedad de un amigo suyo. Este le mostró una gran variedad de prendas y piedras preciosas. Entre las colecciones de piedras observó una de éstas que apenas si tenía brillo, parecía estar sucia, no llamaba la atención. No revelaba su belleza como las demás.
—¿A qué se debe la diferencia? —preguntó.
El joyero, tomando aquella piedra en la mano, la frotó.

 Al contacto de sus manos estaba brillando con todo esplendor.
—¿Cómo es eso? —preguntó el caballero.
—Esta piedra es un ópalo que llamamos una piedra simpática. Su escondido esplendor brota tan pronto como uno la frota entre las manos.

Al igual que la piedra de ópalo, nosotros no tenemos nada atractivo en nuestra naturaleza que sea verdaderamente precioso o de gran valor. De hecho, algunos de los criterios que se usan hoy día para seleccionar una piedra preciosa se asemejan a los que la gente busca ver en los demás y no son muy comunes, estos son; brillo, transparencia, escasez (infrecuente), tonalidad, dureza (resistencia), corte, peso, simetría y color.

Desde la infancia han sido muchos los que nos han herido resaltado o señalando nuestros defectos. Cierto es, no somos perfectos. Recordemos que no poseemos suficientes cualidades que nos ayuden a relacionarnos correctamente con las personas que nos rodean, esa es la verdad, no tenemos ese “brillo” que nos hace tanta falta. Apenas hay algunas virtudes que algunos cuentan con los dedos de una mano. Cada día descubrimos en nosotros la limitación que tenemos de hacer algo bueno por nosotros mismos.

El apóstol Pablo tuvo un choque con esa misma realidad, y hoy tenemos presentes sus palabras que fueron inspiradas por el Espíritu Santo también para nosotros. Ellas nos dicen; “Yo sé que en mí, es decir, en mi *naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Romanos 7.18-19 Nueva Biblia al Día). En nuestra naturaleza pecaminosa somos como la piedra de ópalo, no se le puede ver el brillo y solo se percibe su suciedad.

Son muchos los que se esfuerzan por mostrar su mejor cara y tenemos la tendencia a esconder nuestra realidad. Posiblemente eres creyente y te sientas desmotivado al no ver tu identidad de hijo de Dios de manera correcta. Como si fuera poco, nuestra personalidad llena de defectos pecaminosos contribuye a esa distorsión. Solo quiero recordarte que al igual que la Luna no tiene luz propia y solo brilla al reflejar la luz del Sol, únicamente si estamos en Cristo podemos disfrutar de su naturaleza e impartir de Su brillo a lo demás.

Jesucristo nos imparte su luz para poder brillar
  
No te desalientes, la promesa de Dios en Cristo tiene su fiel cumplimiento para ti. “Pero para ustedes que temen mi *nombre, se levantará el Sol de Justicia trayendo en sus rayos salud. Y ustedes saldrán saltando como becerros recién alimentados” (Malaquías 4.2 Nueva Biblia al Día). Solo en Cristo podemos encontrar lo que no tenemos.

De eso se trata, Dios hace brillar su luz sobre ti. Una luz que muestra quién El quería que fueras cuando te creó. Imagina que obscura y desapercibida hubiese sido la Luna si Dios no hubiera dado mandamiento al Sol para que le impartiera de su luz. Eres como esa piedra ópalo que Dios tiene que frotar para que revele el esplendor de su Creador. "Encomienda a Jehova tu camino, confía en el y el hará" (Salmos 37.5). 

Es interesante saber que el término griego "opallios", se traduce como "cambio de color" y la palabra ópalo “upalla” significa “piedra preciosa”. Cuando Dios revela su brillo en ti comienzan a notarse los colores que El te imparte. Entonces puedes ver, cada vez con mayor claridad que eres amado, valorado, que tienes seguridad en El y verdadero significado. "Ciertamente de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia" (Juan 1.16). Esto es, favor inmerecido sobre favor inmerecido. ¡Gloria a Dios, el es bueno!

Es tiempo que te deposites en las manos de Dios para que salga de ti Su brillo y comiences a cambiar de color. Pero antes de poder verte claramente, necesitas saber cómo puedes obtener lo que por ti mismo nunca podrás lograr. Recuerda que como la piedra de ópalo tu no te puedes frotar a ti mismo. Esta es la exhortación que Dios nos hace:

1. Solamente en Jesucristo podemos obtener fuente de luz. Juan lo vio y dijo de Jesús que; “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4). Jesús se refirió a sí mismo como la luz del mundo: “Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” ( Juan 8:12). Su luz se empieza a reflejar en tu vida tan pronto recibes a Cristo como tu Salvador y comienzas una relación personal con él. Esto solo puede ocurrir en la medida que tu relación y comunión con Cristo se fortalece por medio de la obediencia y sujeción a su Palabra. Ahora bien, nuestra motivación debe ser siempre por amor y la razón de ello la encontramos en la escritura que dice: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19).

2. Dios nos ha dado Su Palabra, la Biblia como fuente de luz y dirección. El salmista escribió: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Cuanto más abres tu mente y tu corazón a la Palabra de Dios, más luz disfrutas. Solo mediante la comunión con la Luz podemos continuar caminando reflejado su luz y su verdad. “Porque en ti está la fuente de la vida, y en tu luz podemos ver la luz” (Salmos 36.9 Nueva Biblia al Día). La palabra de Dios es la Vida de Dios para ti y el verbo de Vida (La Palabra) es quien nos proporciona su Vida. “Cristo es la piedra viva, rechazada por los *seres humanos pero escogida y preciosa ante Dios. Al acercarse a él, también ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio *santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2.4-5 Nueva Biblia al Día).

3. Participa de la vida de la iglesia para mantenerte brillando. Pídele a Dios en oración que te guié a una congregación donde se predique Su Palabra. La vida de Cristo puede experimentarse en su cuerpo, la iglesia que El formó para si. “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca” (Hebreos 10:25). Nuestra fe debe ser fortalecida cada día y alimentada con la Palabra de Cristo y no del hombre. Así fue al principio y así Dios quiere que sea ahora, debemos brillar. “Y así las iglesias se fortalecían en la fe y crecían en número día tras día” (Hechos 16.5 Nueva Biblia al Día). El brillo de Dios en nosotros es un indicador de nuestra madurez espiritual. “La senda de los justos se asemeja a los primeros albores de la aurora: su esplendor va en aumento hasta que el día alcanza su plenitud” (Proverbios 4.18 Nueva Biblia al Día). Los hijos de Dios somos la fuente de la luz de Dios al mundo confundido por el pecado. Jesús les dijo a sus seguidores: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14). “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen á vuestro Padre que está en los cielos” (mateo 5.16 Nueva Biblia al Día).

Si ya te pusiste en las manos de tu Creador para que cada día te frote como la piedra de ópalo, dale la gloria a Dios y espera que sea otro quien reconozca que en ti hay cierto brillo que no es común y que antes no tenias. Luego dile que eres como la piedra de ópalo y procura dirigirlo a Aquel que lo puede frotar.

“Y el resplandor fué como la luz; Rayos brillantes salían de su mano; Y allí estaba escondida su fortaleza” (Habacuc 3.4).

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